Si en algún momento le hubieran preguntado por quién arriesgaría su vida, Carlos habría respondido sin dudarlo: “Por Andrés, claramente”. Era como de la familia, una de esas personas por las que morir, o matar. Un buen amigo. O tal vez más que eso. Sentía como si un campo electromagnético acercara su alma a la de Andrés. ¿Era una atracción física? No estaba seguro. Tal vez por eso había actuado tan precipitadamente ante sus superiores; tal vez sentía emociones más profundas por Andrés de las que siquiera se había atrevido a formular. Pero en ese instante de quietud, de calma ante la tormenta, sabía que la opción de romper una lanza por su amigo había sido la correcta. Su castigo llegaría al amanecer, pero en esa noche de silencio su alma ya había encontrado la paz. Solo esperaba que Andrés la encontrara también.
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JONE VICENTE URRUTIA
PhD
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