Decidieron seleccionar el edificio de manera que no llamara mucho la atención. No podían permitirse levantar sospechas acerca de lo que guardaban dentro. La seguridad nacional estaba en juego.
Unos ladrillos grises, apilados ordenadamente; un par de ventanas, excesivamente altas para ver el interior desde la calle, con persianas y barrotes para apaciguar las ansiedades de desvelar involuntariamente el secreto que trataban de guardar; y una pequeña puerta, blindada, componían la estructura de lo que a simple vista parecía un almacén.
A Janet no le gustaba en absoluto; aunque, suponía, de eso se trataba precisamente. Nadie querría entrar en un edificio tan insignificante e inocuo. Ni siquiera es que fuera feo: simplemente no destacaba. Era un edificio más en una hilera de aburridos almacenes, en las afueras de una monótona ciudad que a nadie parecía importar. Su secreto parecía seguro allí.
—¿Crees que será el definitivo?
Janet se giró para contestar a Laura, que la miraba con ojos cansados, pero con cierto atisbo de esperanza.
—Lo dudo. Supongo que aguantaremos un par de meses antes de tener que trasladar todo de nuevo.
—No tiene sentido vivir así, Janet. — las palabras de Laura eran un suspiro exhausto, un leve quejido apenas perceptible.
—No tenemos otra opción. Necesitamos protegerlo. No puede caer en malas manos. Si lo hiciera, todos podríamos morir. Y entonces, habríamos estado viviendo como fugitivas durante años para nada.
—Sólo quiero una vida normal.
—Lo sé. Pero de mientras, tratemos de sacar provecho de esta.
Mientras la besaba con el ansia de unos nervios mal disimulados, Janet dirigió a Laura a su nuevo hogar. Juntos, los tres, podrían sobrevivir un tiempo más.
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