—Señorita…
—Delgado. Marina Delgado.
—Señorita Delgado, como ya le he dicho, su historia está muy bien, pero… En fin, que esto de escribir no es oficio de mujeres. Y menos de mujeres solteras. No es algo muy… respetable.
El hombre se quitó las gafas para poder enjugarse las gotas de sudor que marcaban su frente, mientras trataba de encontrar palabras para despachar rápidamente a la mujer, que ahora lo miraba con ojos tristes.
—Pero, señor… no me ha escuchado. Lo que le escribo es la verdad, es algo que me ha…
—Señorita— interrumpió bruscamente el hombre, cansado de la conversación— en este periódico no contratamos mujeres. Bueno, ni en este, ni en ninguno. Le recomiendo que encuentre un buen marido y que deje…—se pausó un segundo para encontrar la palabra adecuada—sus histerismos para contar historias a sus hijos cuando los tenga.
—No ha entendido usted nada—dijo la mujer, con tono resignado— Lo que usted piensa que son histerismos de una imaginación excitada, en realidad son eventos que me pasaron ayer. La página que le he escrito no es una historia fantasiosa, es una noticia que debería usted publicar en primera plana.
—Señorita… mi paciencia tiene un límite. Y nadie se creería esos eventos fantasiosos de los que me habla. ¿Monstruos nocturnos? ¿venidos del vacío espacial? ¿Qué se piensa que somos, una revista pulp?
La mujer suspiró. Estaba claro que nadie le haría caso. Este periódico era su último recurso: ya había sido rechazada en el resto de lugares que podrían comunicar su mensaje. La tierra estaba perdida.
Originalmente escrito el 7 de mayo de 2020
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