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Foto del escritorJone Vicente Urrutia

El naufragio

No le quedaba mucho tiempo para terminar su inocua tarea. Y, sin embargo, en ese momento, le parecía lo más importante de su vida. Sí, claro, el barco se estaba hundiendo, y no había manera de salvarlo, pero fregar los platos que quedaban sucios era su deber. Sabía perfectamente que era una estupidez, que nadie iba a buscar los cacharros al fondo del mar para comprobar si habían sido lavados. De hecho, probablemente el mar los fregara mejor que él.


Pero no era una cuestión de hacer estupideces por hacerlas. La futilidad de completar su tarea tenía más que ver con cómo se veía a sí mismo como marinero. Se consideraba una persona confiable, que siempre terminaba lo que empezaba, que siempre seguía sus órdenes al pie de la letra. Y, si sus órdenes eran fregar, fregar es lo que haría; sin importar las circunstancias que lo rodearan.


Los gritos y las voces del resto de la tripulación eran como ruido blanco para él. Solo tomaba órdenes de su capitán, y sus órdenes eran claras. Estaba seguro de que su rigor y su cabeza fría serían apreciados por los altos mandos.


El agua marina comenzó a entrar en su pequeña cocina, anunciándole que debía darse prisa si quería terminar con su tarea. ¡Qué orgulloso estaría el capitán al ver su determinación! Casi podía sentir las medallas que adornarían su pecho. Mientras el resto de la tripulación se preocupaba de achicar aguas, ahí estaba él, sin olvidarse de sus órdenes, resuelto a terminar con lo empezado. Sin duda, era el mejor marinero a bordo.


Cuando por fin se hundió el navío, el mar acogió en su seno unos platos impolutos. El grumete que los había fregado, sin embargo, no fue tan bien acogido por la marina. Fue juzgado y ejecutado.

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