—Niño, mira a ver si está lloviendo —su voz era ronca, autoritaria, con gran desdén hacia el chico que limpiaba el suelo.
—Sí, señor—el muchacho se levantó al momento, no queriendo enfadar a su amo—Todavía llueve.
—Ugh, ¡qué tiempo de mierda hace en este pueblucho! — su carácter avinagrado en ocasiones hacía temblar al pobre chico, que volvía a su tarea de limpiar el suelo tras echar un vistazo por la ventana. —Bueno, da igual. Sal al pozo a por agua.
El muchacho se levantó una vez más del suelo, dejándolo a medio fregar, para no hacer enfadar al viejo señor que ya lo observaba molesto.
La lluvia lo golpeó en la cara cual sopapo en cuanto salió al patio corriendo. A medida que se acercaba al pozo, el diluvio iba calando su ropa, empapando hasta sus huesos. El frío lo hacía avanzar rápido, y sus pensamientos saltaban con la misma velocidad en su cabeza, sin llegar a pararse en algo concreto.
El difícil accionamiento de la polea del pozo, oxidada hacía ya muchos años, lo sacó de su febril ensoñación. Tiró de la cuerda con todas sus fuerzas, pero la polea estaba enganchada. Suspiró. Volvió a tirar una vez más. Nada. En el chaparrón, que casi lo ahogaba, sus sollozos de impotencia eran una gota más. Su agotamiento y su ira ante la imposibilidad de hacer lo ordenado lo tentaban a cometer una estupidez. Tal vez tirarse al pozo… tal vez matar a su señor…
Tal vez mañana.
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