Al principio era un pequeño cosquilleo en sus dedos, como si se le hubieran dormido. Una sensación un tanto incómoda alojada en su mente, de la que no quiso preocuparse demasiado por el momento. Sin embargo, pronto empezó a notar que ciertos objetos vibraban cuando los miraba, y que escuchaba susurros inaudibles para sus amigos cuando entablaba una conversación. Sus cinco sentidos parecían haberle traicionado. Incluso la comida que engullía para apaciguar su ansiedad le sabía a salitre marino y le olía a picante… ¿o era al revés? De cualquier manera, el miedo se apoderó de ella ante los síntomas tan inauditos que mostraba. Síntomas claros de algún tipo de enfermedad mortal que sin duda acabaría con ella.
Tomó la resolución de escribir un testamento: alguien tendría que cuidar de sus peluches, y sobre todo de Totó, su adorado perrito y cómplice de sus fechorías. Se lo dejaría todo a su madre, a quien, al fin y al cabo, había conocido durante los ocho largos años de su vida. Además, necesitaba explicarle a alguien lo que le ocurría, aún sabiendo lo devastadoras que serían sus noticias para su mamá, que iba a perder a su única y amada hija.
Una vez redactado el testamento, tocó la puerta del despacho de su progenitora débilmente, le entregó su oficial documento y salió corriendo. Cuando su madre leyó el arrugado papel, escrito con letra infantil pero cuidadosa, una sonrisa iluminó su cara: ya era hora de hablarle a Olga sobre sus habilidades mágicas.
Comments