¿Quién hubiera pensado que sería el frío y no el calor lo que acabara con ella? La verdad es que tendría que haberlo previsto, pero cuando la voz le indicó la localización del ánfora, en pleno desierto, su instinto fue partir de inmediato.
Y ahora, mientras tiritaba exhalando sus últimos respiros, se arrepentía de no haberse preparado mejor. Repasó en su cabeza las erróneas decisiones que la habían llevado a su muerte, y no pudo evitar sonreír ante la ironía de morir congelada en el lugar más caluroso del planeta.
Tumbada en el suelo, pobremente resguardada entre varias rocas, recordó una vez más el timbre de la voz que la había contactado: era una voz de mujer joven, pero algo había en ella que le daba una cualidad divina. No podía explicar cómo sabía que se trataba de una diosa, pero tampoco tenía ninguna duda al respecto. La calidez de esa voz contrastaba pronunciadamente con su situación actual. Entre temblores causados por el frío, batallaba por mantenerse despierta. Sabía que si se dormía ya no se despertaría.
Pasaron varios minutos, pero finalmente sucumbió al cansancio y cerró los ojos.
—Por fin llegaste.
Reconoció la voz al instante, la misma cálida voz divina que la había llevado a su muerte. Confusa, no respondió.
—No encontraste el ánfora. —continuó la voz.
—No —se aventuró a decir. —Nunca llegué al lugar que me indicaste.
—Es normal. Sólo podías llegar una vez hubieras trascendido a este plano de existencia. Te acompañaré a por ella. Salvaremos a tu raza de la extinción
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