La vida del pirata no era para él. Era demasiado refinado, demasiado exquisito, y, si fuera honesto consigo mismo, demasiado enclenque para poder disfrutar de la dureza de la vida en un barco.
Se sentía engañado, triste, sin ganas de seguir en alta mar. No entendía cómo su hermana Tinkerbell disfrutaba de esa vida. No entendía cómo nadie podía disfrutar de esa vida. Y en especial esos rudos piratas, borrachos y sin poderes.
Tal vez la embriaguez era precisamente la clave para resolver esa ecuación. Un sedativo para sobrellevar una existencia amarga y brutal.
Antes de partir a alta mar, había visto los efectos que distintas plantas tenían en la fisionomía humana. La bebida que consumían ahora parecía tener los mismos efectos. Estaban superficialmente alegres: cantando canciones, riéndose de todo, bailando… Probablemente si se pararan a pensar, se darían cuenta de lo profundamente infelices que eran.
Pero verlos así le causaba envidia. Tal vez la bebida podría ayudarle a él a sobrellevar su existencia en el barco. Sin probarlo no lo sabría nunca.
Cuando One-eyed Jack fue a beber un poco de ron aquella noche, se sorprendió al ver lo que le pareció un mosquito gigante muerto dentro de la botella. Estos bichos tropicales cada vez son más grandes, pensó mientras tiraba el cadáver del infeliz hada a su descanso eterno en el mar.
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