Aine no estaba segura de si estaba viva o muerta. Solo seguía la luz, hipnotizada, sin ser consciente de sus movimientos. Era una autómata, un ser artificial, mecanizado, que seguía órdenes sin pensar.
Sigue la luz, hazte una con la luz.
No sabía de dónde ni de quién venían las órdenes, pero tampoco las cuestionaba.
La luz lo envolvía todo: ya no era un punto fijo hacia el que caminar. Y ella tenía que ser una con la luz. Dejar de ser una autómata para ser un ángel.
Aine no estaba segura de si estaba muerta o había empezado a vivir, pero la luz la atrapó por completo.
—Es que son como mosquitos.
—No sé de qué te quejas, así es más fácil atraparlas.
Los dos hombres se alejaron con Aine muerta en la jaula especialmente diseñada para ese propósito. Había sido otro encargo realizado con éxito por el control del plagas.
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