—No entiendo para qué quieres hacer esto, si ya tenemos alas para volar.
—¿Dónde está tu espíritu de aventura, Ava? He visto a los humanos volar en estas máquinas mucho más lejos de lo que nosotros nunca pudiéramos llegar.
Jel miró a su hermana pequeña con emoción en los ojos. Ava leyó el mensaje claramente en su mirada: iba a emprender el viaje con o sin ella. Dudó un instante; el miedo ante lo desconocido la paralizaba, pero el amor hacia su hermano la empujaba hacia delante. Esa tensión entre dos fuerzas opuestas había estado presente toda su vida, pero nunca de manera tan trascendental.
—Entonces, ¿vienes o no?
Los dos hermanos montaron en el globo aerostático burdamente creado por manos inexpertas. Alcanzaron altura pronto, y una velocidad inaccesible para unas hadas como ellos.
Sobrevolaban ya el océano, camino a lugares desconocidos. Todo parecía ir bien; tal vez por eso Jel decidió avivar la llama—quería lograr mayor altitud, mayor velocidad; quería, pensó su hermana, imitar a Ícaro y llegar al sol.
Eso fue su ruina. La imitación fue perfecta. La lona de la tela se pinchó y perdieron altitud rápidamente. A pesar de que evitaron el choque con el agua al volar fuera del globo, estaban demasiado lejos como para volver a casa. Su muerte sería lenta y dolorosa.
—Entonces, ¿vienes o no?
Ava salió de su estupor. ¿Había sido una visión o simplemente su imaginación? ¿Sería esta la última vez que vería a su hermano?
—No.
Ava no le explicó el porqué de su decisión. Sabía que, de cualquier manera, no le creería. Le abrazó firmemente y solo le dijo:
—Te quiero.
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