Carlin no entendía absolutamente nada de lo que le decía esa hada misteriosa. Hablaba del apocalipsis como si fuera algo deseable—algo que él mismo había precipitado. Hablaba de las nubes y de los astros, del sol y de la luna, como actores que llevarían a cabo un funesto desenlace.
Su voz era resuelta, severa, y se dirigía a él con algo de desprecio, que Carlin consideraba irrespetuoso. Ni siquiera estaba seguro de por qué le seguía escuchando, si tan mal le trataba.
Pero su tono seguro, sus palabras científicas, y, sí, tal vez su desprecio hacia Carlin, lo llevaban a oírle como si su vida dependiera de ello.
No llegó a entender las explicaciones de ese científico loco, pero cuando le preguntó por qué le estaba confiando esa información, y su respuesta vino con un encogimiento de hombros, algo en su interior le dijo que sus instintos eran correctos al fiarse de él.
Será que no quiero quedarme solo cuando el sol y la luna no sigan en nuestro cielo.
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