—¿Quién es esa?
—No la mires. Nunca, y repito: nunca, te acerques a ella. Es un hada malvada que rapta hadas pequeñas y se las come.
—¿Por qué haría algo así?
—Tiana, basta ya de preguntas. Simplemente mantente lejos de ella, te lo ordeno.
—Pero…
—No hay peros que valgan. Vámonos.
Las órdenes nunca habían sido un argumento convincente para Tiana que, sin saber las motivaciones de aquella hada maligna, no podía resistirse a tratar de entenderla. Salió por un pequeño agujero que había en el techo de su habitación, con la única intención de llegar a conocer al hada prohibida.
La encontró exactamente donde la habían dejado horas antes. Era un hada grande, vieja, con los pelos alborotados y unas alas menudas, que probablemente no podrían soportar su peso. Cuando Tiana se le acercó, el hada se dio la vuelta para mirarla.
No le dijo nada: su mirada hipnótica fue suficiente para paralizar al hada joven. A pesar de que todo su ser estaba en alerta, sus alas no respondían. ¿Qué clase de hechizo la tenía prisionera?
Nunca lo supo.
—Perfecto, ya iba siendo hora de que nevara en el mundo de los humanos.
Antes de entender lo que estaba pasando, el hada malvada la convirtió en miles de copos de nieve; en preciosos diamantes que caerían copiosamente aquella fría mañana de diciembre en Leeds.
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