La delegación de hadas de la región de Europa y las islas limítrofes llegó al condado mancomún asiático pronto aquella mañana.
En opinión de Théo, representante de las hadas del centro del continente, la misión diplomática era una pérdida de tiempo para todos los involucrados: sus diferencias filosóficas y sus distintas maneras de entender el mundo eran insalvables. Nunca lograrían ponerse de acuerdo.
Había, sin embargo, hadas que tenían grandes esperanzas depositadas en esa misión. Para Tetis, una alianza con las hadas asiáticas supondría mayor protección contra los humanos y una posibilidad de mejorar el comercio.
Yôsei, jefe de la mancomunidad asiática, tenía no obstante otros planes para sus invitados. Ya era hora, pensaba para sus adentros, de que las hadas de su región lograran el poder que las europeas creían tener.
La toma de poder ocurrió sin derramar sangre. Los rituales de Yôsei, relacionados con el mundo de los espíritus, eran desconocidos para las hadas occidentales y, antes de que pudieran darse cuenta de lo que estaba pasando, ya se habían convertido en sus siervos.
La era de dominación asiática acababa de empezar.
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