El aire en los pulmones le quemaba como si nunca antes hubiera respirado. Cada vez se le entrecortaban más los respiros; cada vez mantenerse concentrado le era más difícil. Podía notar el sudor empapando su espalda, resbalando por su cuello levemente, pegándole los cabellos con firmeza. Sin embargo, no era el sudor en su cuerpo lo que más le preocupaba: eran sus manos que, por culpa de los nervios, cada vez estaban más resbaladizas.
Cada vez, por tanto, le era más difícil seguir subiendo la metálica escalera, que parecía extenderse hasta el infinito. Pero su vida dependía de la poca ventaja que le había sacado a su perseguidor. Así que seguía su ascenso, tratando de no pensar en que un movimiento en falso lo precipitaría a su muerte. Tratando de ignorar el sudor frío que notaba en sus manos. Tratando de ignorar el dolor al respirar.
Subir. Subir. Eso era lo único que importaba. Ignorar el dolor y el miedo, y seguir adelante, en un ascenso interminable. No podía permitirse parar en ese momento. En su agotado cerebro solo resonaba la palabra subir.
Por un momento, sin embargo, la curiosidad pudo con él y no pudo evitar mirar hacia abajo, para comprobar si su perseguidor lo seguía de cerca. Al realizar la acción, y ver la misma escalera infinita descendiendo hacia los infiernos, su mano se resbaló.
Y mientras caía hacia su muerte, no pudo evitar notar que nadie estaba subiendo por la escalera…
Comments