La tormenta

Los truenos retumbaban en las paredes de piedra, como percusión de una melodía disonante que cantaban las olas del mar. Con el paso de los años, había aprendido a disfrutar de aquella música natural: eran canciones compuestas específicamente para ella.

Nuestra heroína miraba desde la torre donde había estado encerrada desde su nacimiento. El escenario que contemplaba era el mismo de siempre: los acantilados, las montañas a lo lejos, las nubes amenazantes y negras... Sin embargo, cada día la escena era un poco diferente: la posición de las nubes solía cambiar; la intensidad de las olas se renovaba con cada tormenta nueva; de vez en cuando algunas rocas se desprendían del acantilado y morían en el mar turbulento... Alguna vez había pensado hacer lo mismo que aquellas rocas...

—¿Ya estás otra vez inventándote historias?

La dulce voz de su amada cortó el hilo de sus pensamientos. Con una sonrisa burlona, depositó un té humeante en sus manos. Cada día era más guapa a sus ojos.

—Es culpa tuya, por querer mudarte a Escocia.

—¿Y qué le voy a hacer, si era una ganga? Cuando termines el té, ayúdame a reparar el techo de la torre oeste, que con la lluvia están formándose goteras.

Nuestra intrépida heroína tomó un sorbo de la poción de amor. Necesitaba fuerzas. Junto a su pareja, la gran hechicera ancestral, tendría que enfrentarse a la tormenta, probablemente creada por algún brujo, envidioso de su amor.

Se levantó del cómodo sillón, enfrascada en una nueva historia.