Un beso era un gesto tan ajeno, tan extraño a su mundo que cuando el humano se lo dio, no supo cómo reaccionar ni qué hacer. La sensación fue incómoda, poco placentera. Desde luego, no era lo que se había imaginado. Sin embargo, el humano parecía estar disfrutando enormemente de aquel gesto asqueroso. De hecho, le dedicó lo que a ella le parecieron ridículas palabras de amor que la acompañaron mientras se alejaba hacia su hogar.
Su abuela se rió maliciosamente cuando le contó lo sucedido, como si fuera conocedora de íntimos secretos que ella nunca llegaría a descubrir.
—Cuando las sirenas besamos con los labios—le dijo al de un rato—secretamos un veneno mortal. Tu humano hace ya horas que está muerto.
Aquella noche lloró porque no sentía pena, sino alivio.
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