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Mermay día 11: Medusas

El mar de pronto era de color naranja, como si su textura reflejara la acidez de sus sentimientos. El agua olía a sabores extraños y su cuerpo, flotando inerte, parecía no comprender las sensaciones que le invadían como oleadas.


Miró a su hermano, de pronto acordándose de su presencia, y observó la expresión vacía de terror en sus ojos, que comenzaban a derretirse en su cara. Trató de hablar, de preguntarle si estaba bien, pero su lengua era de plomo y sus palabras se quedaron, dormidas, en un extraño compartimento de su cabeza.


Quería mover la mano para asegurar a su hermano que todo saldría bien, pero su cuerpo no respondía a sus mandatos. Su mano ya no era mano: era una aleta de tiburón, que cambiaba de color por momentos y le transmitía sabores extraños a su nariz.


Parecía que su hermano, que flotaba boca abajo dejando sus cabellos sueltos, cada vez estaba más confuso. Feliz y enfadado. Una explosión de sentimientos que se materializaba en distintos olores.


Cuando su padre les encontró, no pudo reprimir la pequeña sonrisa al reprenderles:


—Os dije que el jardín de medusas de papá estaba prohibido.

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