Robar la luna era una tarea imposible. Improbable, me corregiría con su voz pedante: no puede ser imposible si alguien la lleva a cabo. Prácticamente escucho su voz como si estuviera aquí conmigo.
Sí: robar la luna parecía algo fuera del alcance de muchos, pero para nosotras, lo imposible era solamente improbable. Bueno, más para ella que para mí. Pero siempre me he preocupado demasiado; siempre he exagerado en mi cabeza los riesgos y todas las cosas que podrían salir mal. Con el tiempo he aprendido a no hacer caso a esa vocecita interior que me susurra que voy a morir a cada cosa que hago.
Cuando ella decidió robar la luna—que robáramos la luna, quiero decir—, mi voz interior gritó de espanto. Pero siempre había algo en su manera de hablar, de contarme sus grandiosos planes, que de alguna forma me embobaba. Acallaba mi voz interna con mucha más facilidad y rapidez de lo que yo solo nunca he logrado.
Y sí: era improbable. Casi imposible. Y sí: tendríamos que violar varias leyes, incluidas algunas leyes de la física. Y aún así, la quería tanto que robaría la luna todas las veces que me lo pidiera.
Y cuando lo logramos, le pareció muy divertido simplemente devolverla. Al fin y al cabo, lo único que queríamos—que quería—, era demostrar que podíamos, que éramos capaces de salir del agua y ser nuestras propias dueñas. Dos sirenas enamoradas—dos sirenas en control de su destino.
Incluso cuando nos encarcelaron por nuestro crimen ella decidió tomar las riendas de su vida. Mi voz interior tiene demasiado miedo como para seguirle por esa senda. Y así… nos separamos por fin—divididas por una cuestión de valentía.
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