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Foto del escritorJone Vicente Urrutia

Mermay día 3: Estrellas

—¿Ya estás otra vez jugando?


—No hay nada más que hacer por aquí.


La conversación terminó ahí. Ligeia sabía que, en parte, su hermano tenía razón. Desde que los destinaron al puesto de vigilancia, arriba en el cielo, lejos de su querido mar Mesogeios, no habían encontrado muchas cosas con las que pasar el tiempo.


Como sirenas espaciales, sus tareas eran pocas: actuar como guardianes de los humanos en sus viajes marítimos. No tenían que hacer mucho, la verdad: cantar de vez en cuando para evitar que los barcos se chocaran con rocas y observar que todo estuviera en orden.


Ligeia podía entender la inquietud de su hermano al vivir en ese aburrimiento supremo. No podía, moralmente, justificar sus acciones, pero podía entenderlas.


La única preocupación que trepaba por el fondo de su cabeza tenía que ver con la mala imagen que los juegos de su hermanito traerían consigo para las sirenas.


Cambiar de posición las estrellas para extraviar pobres marineros desde luego no era la mejor publicidad.

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