En la oscura profundidad marina, sólo conocen sus tentáculos. Nada más. La irrevocable presencia que les acosa en silencio. Lo único cierto es la inevitabilidad de los largos tentáculos.
Las sirenas llevan siglos dándole ofrendas, realmente sin saber qué ser inmortal se encuentra tras ellos. Nadie cuestiona los rituales. Son necesarios para su supervivencia.
Y si, de vez en cuando, alguna sirena es sacrificada al llevar la ofrenda, se ve como señal de buena suerte.
Y si los sacrificios humanos no son suficientes para calmar a los tentáculos, las sirenas se preparan para el castigo que irremediablemente llegará.
En las profundidades del mar, sólo conocen el insaciable apetito, la muerte y el dolor. Los tentáculos.
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