Martens y Haagard eran exploradores subacuáticos; una especie casi en extinción. Grandes, musculosos, probablemente del norte de Europa, se encontraban en aguas desconocidas, lejos del frío y del hielo glaciar.
Seguramente, la elección de un mar más cálido había sido para facilitar su exploración del fondo marino. Y, tal vez, haber comenzado por ese lugar que los navegantes llamaban el Triángulo de las Bermudas tenía que ver con encontrar muchos tesoros, rápidamente.
Sin hacer caso a las numerosas advertencias acerca de los peligros que guardaban aquellas aguas, los exploradores no habrían dudado en embarcarse a la aventura. Probablemente, para esta especie casi en extinción, los peligros serían un aliciente para su aventura; una prueba más para demostrar su valía como exploradores; una forma para escribir su nombre en los anales de la Historia.
Sí: Martens y Haagard, que así se llamaban según las etiquetas en sus trajes de buzo, probablemente se creían mejores que cualquier otro explorador que se hubiera adentrado en estas aguas.
Pero ahora, muertos en mis manos, no eran más que dos nombres añadidos a mi lista de víctimas. Dos cadáveres más de esa especie casi en extinción.
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