¿Qué tendría la luna para atraerle tanto? ¿Era acaso su redonda forma, que, como una diosa de la fertilidad, le hablaba del misterio de la vida? ¿O era tal vez la tenue luz que brillaba como propia, engañando a todo aquel que no la conociera?
Pero él la conocía bien. Había sido pare crucial de su vida desde una noche particular a finales de noviembre. La noche en que todo cambió. ¿Para bien? Tal vez.
Desde aquella noche, la luna había sido su compañera. Su fiel amiga, que le protegía y vigilaba en silencio, sin juzgarle, siempre atenta. Su gran amor. ¡Qué estupidez! Enamorarse de un ente sin vida… Pero desde aquella noche sentirla sobre su cabeza le había mantenido tranquilo. Saber que nunca estaba solo le había llenado de una seguridad que no sabía que tenía.
Así que, en la cima de la montaña, se preparó para aullar a su amada, para confesar su amor delante de todo el mundo, en un idioma que solo los que lo conocían podrían entender.
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