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Spooktober día 15: Máscara de Hockey

Nunca me llegó a gustar sentir la sangre caliente de mis víctimas salpicar mi cara. Para mi padre era una experiencia casi divina; un bautizo que lo uniera con los dioses de la muerte en una macabra comunión. Todavía recuerdo su cara de placer con cada asesinato cometido. Le gustaba lamer la sangre que le goteaba lentamente por su cara, como un vino que lo embriagara.


Nunca pude entender esa obsesión con la sangre. Para mí, el subidón de adrenalina no tenía que ver con los fluidos corporales; era más bien el momento en que los ojos perdían la luz, el momento en que la vida se escapaba del cuerpo de la víctima, lo que realmente me excitaba.


Por eso me compré esta máscara de hockey: una buena protección contra la incómoda sangre. Desde entonces, mis asesinatos han ido mucho más fluidamente. Además, un beneficio no previsto es el anonimato que me confiere.


Mi padre nunca supo que fui yo quien lo asesinó. Y todo sin una sola mancha de su sangre en mi cara.

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