Crear vida siguiendo las instrucciones de nuestra abuela y su amante, el eminente Dr. Frankenstein, fue más fácil de lo esperado. Claramente, las notas que dejó nuestra abuela, matizando las burdas nociones del viejo doctor, fueron instrumentales en ayudarnos a consumar el milagro.
La mente científica de nuestra querida abuela era más metódica, más correcta: consideraba todas las variables de una manera más extensa que el doctor. Si nos hubiéramos limitado a seguir sus instrucciones, sólo habríamos logrado un calambrazo. Con los apuntes de la abuela, hemos logrado vida.
Pero claro, ni siquiera sus notas eran perfectas. Consideraban todas las variables hasta el momento de la concepción. No decían nada sobre qué pasaría una vez creada la vida. No consideraban los aspectos psicológicos del sujeto. Y, en nuestro caso, el sujeto no había sido creado de cero: simplemente había sido revivido. Tampoco las notas consideraban qué pasaría si el sujeto no fuera humano.
Y ahora, mi hermana y yo nos preguntamos qué haremos con este hámster que quiere amor, pero no sabe cómo controlar su fuerza bruta.
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