—Este hilo por aquí, y ya está. Muñeca terminada.
Su abuela le entregó la muñeca de trapo, recién acabada. Diseñada especialmente para ella. Era un poco burda, hecha con los pocos materiales que rondaban por la casa.
Tal vez por esa escasez de recursos, la muñeca tenía un aspecto más bien esquemático: unas cruces hechas con hilo por ojos, un poco de lana amontonada en dos coletas; y un poco más de hilo, esta vez rojo, en contraste al negro de los ojos, que formaba una mueca que hacía las veces de boca.
A Allie le emocionó poder por fin tener un juguete a quien dar algo de amor. Sin embargo, tal vez por los ojos, o por la extraña mueca, la muñeca no le parecía un simple objeto.
Había algo inquietante en la muñeca que, por si interesase al lector, Allie nombró Rebecca. La susodicha nunca mostró ningún tipo de actividad, ni de espíritus malignos poseyendo su cuerpecito de trapo. Y, sin embargo, algo tenía de extraño, algo que Allie no sabía poner en palabras.
Llegó un momento en que la pequeña dejó de jugar con Rebecca. Tampoco se atrevía ya a dormir con ella. La dejó en una esquina de su pequeño cuarto, mirando a la pared.
Por eso, si la muñeca sonrió cuando la abuela murió en extrañas circunstancias, nadie lo pudo confirmar.
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