—Es casi poético. Me empalaga el ritmo constante de las preciosas gotas manchando el suelo paulatinamente… Me alimento de todo el proceso. ¿Alguna vez has probado la sangre fresca de tus víctimas?
—Nunca he matado a nadie…
—Tranquilo, eso lo cambiaremos hoy. De momento, prueba.
Alzando el sangriento cuchillo del cuerpo de la víctima que yacía pálida en el suelo, nuestro poético asesino lo acercó a la cara de su aprendiz. Éste, dubitativo, pasó la lengua cuidadosamente por el filo. El sabor a hierro no le pareció nada agradable, pero sonrió para no enfadar a su maestro.
—Sabía que a ti también te gustaría. —dijo el adulto con una macabra sonrisa. — Levanta, hijo, busquemos a tu primera víctima.
¿Sería este el comienzo de una tradición familiar?
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