Las sombras danzaban en la pared, cobrando vida propia. Se entrelazaban formando cuerpos monstruosos, de los que sólo había oído hablar en fábulas y leyendas. Se multiplicaban, crepitando a la escasa luz de las velas. A veces, sonreían mostrando sus afilados dientes, llamándole a unirse a ellas. En otras ocasiones, sus toscas facciones se volvían feroces, amenazadoras, un peligro más en su vida.
Pero no podía apartar la mirada; las sombras eran hipnóticas. Las velas habían ya comenzado a derretirse en el candelabro, haciendo que las llamas crearan nuevas formas sacadas de sus más profundas pesadillas.
Por momentos parecía que le hablaran. Era un idioma desconocido, que entendía a la perfección en su estado de febril embriaguez. Las sombras eran sus amigas. Ella era parte de su danza macabra. Tenía que unirse en cuerpo y alma. No resistía más el ritmo melódico que palpitaba también en su corazón. Necesitaba ser un cuerpo tétrico más, bailando en su pared. Era el momento.
Al día siguiente, solo encontraron un candelabro con todas sus velas ya derretidas.
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