Una más
- Jone Vicente Urrutia
- 28 mar 2021
- 1 Min. de lectura
Atada de brazos y piernas en una simple silla de oficina, Ellie se rió mentalmente de lo absurdo de su situación.
Estaba claro que sus captores no eran excesivamente profesionales. Todo el mundo sabía que una mullida silla de oficina no era lo suficientemente amenazadora; que la luz colgando de forma burda del techo tendría que estar dirigida a sus ojos para lograr un efecto mayor de incertidumbre, incomodidad, y, desde luego, dolor de cabeza. Ni siquiera la habían amordazado.
No: sus captores no eran profesionales. En su escala de efectividad de secuestros, ni siquiera sacarían un aprobado raspado. Mejor, pensó para sus adentros, así estaré en casa para la cena. No había tiempo que perder: los macarrones no se cocinarían solos.
Sacó una horquilla que tenía guardada en su manga para ocasiones así. Abrir las esposas no le llevaría ni dos minutos. Tiempo de sobra para preguntarse quién la habría secuestrado esta vez. El porqué lo tenía claro; al fin y al cabo, era una de las quince personas en el mundo con el conocimiento para controlar a los robots. Se preguntó distraídamente si sus secuestradores serían anti- o pro-robots; si querrían usar sus conocimientos para destruirlos, o para alzarlos de una vez por todas a una dominación global. Hmm. Poco importaba. Ya se había desatado.
Evitando la muchedumbre camino a casa, en una bicicleta robada, Ellie añadió la experiencia a la pequeña cajita que guardaba compartimentalizada en su mente, donde habitaban secuestros y torturas; sueros de la verdad y golpes en las costillas; asfixia y profundos cortes con afilados cuchillos. Se alegró de poder añadir una silla mullida de oficina a la cajita.
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